Vuelta al laberinto de la transición

Poliarquía: Alfredo Fernández de Lara Gaitán

 

 

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Se puede entender por transición el intervalo que se extiende, entre un régimen político y otro (…) Las transiciones están delimitadas, de un lado, por el inicio del proceso de disolución del régimen autoritario, y del otro, por el establecimiento de alguna forma de democracia, el retorno a algún tipo de régimen autoritario o el surgimiento de una alternativa revolucionaria (O´Donnell, Schmitter, 1991). Las transiciones de un régimen autoritario a una democracia avanzada no consisten en una evolución lineal y permanente, de hecho cuando una democracia no está lo suficientemente institucionalizada se presenta el riesgo de una regresión autoritaria o que permanezca estancada en una democracia electoral, lo cual presenta amplias limitaciones en materia de derechos políticos, civiles y sociales. México vivió, en palabras de Mauricio Merino, una transición votada, debido a que no hubo una ruptura con el antiguo régimen y a que ésta se gestó mediante una apertura gradual, sin un rompimiento con las malas prácticas del pasado, ni se generó un nuevo pacto fundacional que diera paso a un proceso de verdadera democratización, en la que se encontraran adecuadamente representados los diversos sectores que integran la sociedad mexicana Además, la institucionalización de la transición en México se desarrollo predominantemente a nivel federal, sin que se generara una oleada democratizadora a nivel subnacional, por lo que México está transitando en varias vías y diferentes grados de democracia. Como consecuencia los bastiones autoritarios a nivel local no sólo permanecieron, sino que se han fortalecido, salvo algunas contadas excepciones. Estas semidemocracias estatales se caracterizan por un contexto en el que se encuentran factores como: una cultura política parroquial en la que se ve a los individuos como súbditos y no como ciudadanos; un caciquismo regional que hace uso de la desigualdad y la pobreza con fines electorales; una baja participación ciudadana, la cual es incentivada desde arriba; el uso patrimonialista y partidista de las instituciones; una lógica del culto a la personalidad en la que los equilibrios entre poderes suelen ser adornos; la ausencia de libertad de expresión y la vulneración – incluida la omisión – de los derechos fundamentales; y una politización del Estado en lugar de una institucionalización del mismo. En el México del siglo XXI, coexisten dos lógicas, la de quienes pugnamos por una democratización real y efectiva de las instituciones que nos lleve a consolidar la democracia; y, otra que defiende el status quo autoritario y respalda al ogro filantrópico, que se sostiene en una burocracia tradicional – lejana del ideal weberiano -, y en una maquinaria de partido que no triunfa por ser competitiva, sino por el ejercicio discrecional que hace de los recursos públicos a los que tiene acceso. Asimismo, a casi dos décadas del inicio de nuestra transición, la realidad nos ha mostrado que no es suficiente con el mantenimiento de elecciones “libres y competitivas”, ya que esto solo ha fortalecido la parte procedimental de nuestra democracia a costa de no fortalecer los contenidos y los resultados que son tan importantes para evaluar la calidad social de una democracia. A partir de la liberalización política, iniciada en los años noventa e impulsada en los primeros años de la alternancia, hubo algunas innovaciones institucionales que se diseñaron a fin de dotar a las y los ciudadanos de un mayor control vertical sobre sus políticos y sobre los funcionarios públicos, como lo ilustra el contexto en que surgió el IFAI. Sin embargo, conforme la sociedad se apropió y empezó a hacer uso de estos mecanismos de control vertical, estos organismos “ciudadanos” han sido gradualmente cooptados o limitados, incluso por los mismos gobiernos que los crearon. Como ejemplo, de este deterioro y subordinación que se ha dado en organismos públicos, con funciones de control y defensa de los derechos de la sociedad, está la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), que hoy se encuentra ampliamente cuestionada por diversas organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación, como resultado de su ineficacia y distanciamiento de la sociedad. Asimismo, como parte de este laberinto que ha sido la transición mexicana, se ha hecho evidente que la incapacidad, la corrupción, los excesos, el mal uso de los recursos públicos no era un cuestión exclusiva de un partido. Hoy todos los partidos políticos se encuentran ampliamente desprestigiados ante la sociedad mexicana como resultado de la ineficacia, insensibilidad y falta de institucionalidad con que estos se han manejado a nivel federal, estatal y municipal. Sin embargo, siguen recibiendo un financiamiento millonario que permite que sus incentivos no estén en la búsqueda del bienestar de la sociedad sino de sus intereses de grupo y particulares. En este contexto surgen algunas preguntas ¿cómo salir de este laberinto en que se encuentra la democracia mexicana?, ¿el estancamiento democrático en que nos encontramos es responsabilidad exclusiva de una clase política que desincentiva la participación ciudadana o es el resultado de una ciudadanía apática que ha delegado la representación y la defensa de sus derechos?, ¿qué responsabilidad tenemos los ciudadanos en permitir, incluso en ser parte, mediante la legitimación que da la indiferencia, de la realidad autoritaria que hoy se vive en tantos rincones de México? Hacer el diagnóstico suele ser más fácil que encontrar las soluciones, pero si como ciudadanos no hacemos uso de nuestros derechos y ejercemos un control sobre nuestros políticos y servidores públicos, tampoco debemos esperar que ellos despertarán un día con la vocación democrática de la que muchos de ellos carecen. Para salir del laberinto en que hoy se encuentra nuestra democracia no basta con hacer “críticas” o expresar nuestro rechazo en Facebook o Twitter. En gran medida, lo que se requiere es empezar a salir del letargo ciudadano, lo cual incluye asumir costos que son parte de una ciudadanía de alta intensidad; por ejemplo, estar bien informados para poder exigir transparencia y rendición de cuentas que nos permita evaluar y, en su caso, sancionar electoralmente a quienes no están cumpliendo con las funciones que le fueron delegadas. En tanto no asumamos el papel de ciudadanos activos seguiremos atrapados en el laberinto en que hoy nos encontramos.

ELECCIONES Y NÚMERO EFECTIVO DE PARTIDOS EN QUINTANA ROO 1974 – 2010

POLIARQUÍA
ALFREDO FERNANDEZ DE LARA GAITAN

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En la década de los años veinte del siglo pasado se encuentra un antecedente importante de la presencia de partidos políticos en la vida pública de lo que entonces era territorio de Quintana Roo. Destaca, en cierta medida, la aparición de partidos regionales que se sumaban a las candidaturas de los caudillos de la revolución, y que en lo local tenían como principal incentivo para su participación en la competencia política, la diputación por el territorio de Quintana Roo. Ejemplos de lo anterior son el Partido Revolucionario Quintanarroense Pro-Obregón que auspició la candidatura de Librado Abitia, así como el Partido Socialista Quintanarroense que impulsó la de Ignacio Fuentes. Desde esta época los grupos empresariales de Cozumel empiezan a tener una influencia notoria en los procesos de selección y apoyo económico, incluso mediante estrategias corporativistas, a favor de uno u otro candidato. Sin embargo, a partir de 1929, con la fundación del PNR, luego PRM y, finalmente PRI, las disputas internas a nivel regional disminuyeron notoriamente y se centralizó y concentró el poder en manos de quien ocupará la presidencia imperial en turno, al menos así fue hasta mediados de los años noventa.
En la década de los años ochenta Gabriel Macías Zapata señalaba respecto al sistema de partidos local, lo siguiente: “Quintana Roo es un estado esencialmente unipartidista y su origen esta íntimamente ligado a la conciencia quintanarroense. Los políticos locales que promovieron la conversión de Territorio a Estado eran gente básicamente ligada al PRI, y ese partido tomó la bandera de la identidad quintanarroense, aprovechando una coyuntura en que el PAN reclamaba en 1969 la reincorporación del Territorio a Yucatán. Indudablemente el PRI supo regionalizar su postura ganándose de esa manera a los habitantes (1986: 38)”. Sin embargo, para analizar el nivel de competencia real que se ha dado a lo largo de la historia de las elecciones de Quintana Roo es importante analizar el número de partidos relevantes, cuestión que es muy diferente a centrarse en el número de partidos que participan en una contienda. Me explico, el número de partidos relevantes o número efectivo de partidos indica la importancia de los partidos políticos no sólo en términos de su psoibilidad para competir en unas elecciones, más bien se centra en su capacidad para obtener un número determinado de votos y de escaños que, a decir de Giovanni Sartori, hacen que cuente como importante por ser competitivo. Sartori crítica la visión tradicional que se tenía de clasificar al sistema de partidos en unipartidistas, bipartidistas o multipartidistas en función exclusiva del número de partidos. Su planteamiento consistió en señalar que lo importante no sólo es contar sino cómo y qué se cuenta, es decir, ¿Qué partidos importan realmente? Esto se obtiene a partir del número de escaños o diputaciones que los partidos que participan en las elecciones han obtenido en el Poder Legislativo.
Ahora bien, ¿cómo se refleja esto en la historia electoral de Quintana Roo? De la siguiente forma: en las primeras elecciones para gobernador apareció como partido de oposición el Partido Popular Socialista y en las elecciones siguientes para alcaldes y diputados locales el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, aunque con una presencia mínima. En dicha elección el número efectivo de partidos fue de 1, con lo cual se sentaría el oirgen del monopolio electoral del PRI. Sin embargo, la aparición masiva de los partidos políticos – como un efecto del nuevo diseño institucional hecho a través de la reforma electoral impulsada por Reyes Heroles, en 1977 – se da en las elecciones de 1981, mediante las cuales se renovaban el Poder Ejecutivo y Legislativo y, en dichas elecciones, a diferencia de la anterior, participaron 6 partidos políticos: PRI, PPS, PARM, PST, PAN y el PCM. Sin embargo, la aparición de más partidos no significó que el sistema de partidos quintanarroense se hiciera más abierto o competitivo, por lo que el número efectivo de partidos resultante fue de 1.67.
En las elecciones de 1987, mediante las cuales se renovaban el Poder Ejecutivo y Legislativo, participaron 7 partidos políticos: PRI, PPS, PAN, PFCRN, PSUM, PARM y PST Al igual que la elección anterior, la aparición de más partidos no hizo al sistema más competitivo, ya que el número efectivo de partidos se mantuvo en 1.67.
En las elecciones de 1993, mediante las cuales se renovaban el Poder Ejecutivo y Legislativo, participaron 6 partidos políticos: PRI, PAN, PRD, PPS, PARM y PFCRN. El número efectivo de partidos fue de 1.84. Sin embargo, se empieza a manifestar cierta tendencia del electorado a otorgar su voto a otros partidos como el PAN, el PRD, el PPS y el PARM.
En las elecciones de 1999, mediante las cuales se renovaban el Poder Ejecutivo y Legislativo, para el caso del Poder Ejecutivo participaron 4 partidos políticos: PRI, PAN, PRD y PT. En tanto, para el Legislativo participaron 5: PRI, PAN, PRD, PT y PVEM. Por primera vez se registra un número efectivo de partidos de 2.24, lo cual muestra un sistema más competitivo que el de las elecciones anteriores.
En las elecciones de 2005, mediante las cuales se renovaban el Poder Ejecutivo y Legislativo, para el caso del Poder Ejecutivo participaron 6 partidos políticos integrados en tres coaliciones: a) PRI-PVEM, b) PAN-Convergencia y c) PRD-PT. Cada uno de los partidos logró obtener escaños en la XI Legislatura, lo que hizo de ésta, al menos en apariencia, la más plural que ha habido y la más competitiva, ya que el número efectivo de partidos fue de 4.84, el más alto registrado hasta el momento. De hecho, por primer vez, en la historia del Poder Legislativo de Quintana Roo el PRI no obtuvo la presidencia de la Gran Comisión , que es la Comisión más importante en la legislatura, dicha Comisión quedo a cargo de un diputado de Convergencia – aunque en su pasado fue integrante del PRI, y después de dejar la legislatura regreso a las filas del PRI nuevamente -, lo que en teoría supondría una legislatura más proactiva que reactiva frente al Poder Ejecutivo, cosa que en los hechos no sucedió y se mantuvo la tradicional postura reactiva y poco independiente frente a las iniciativas del Ejecutivo.
En las elecciones de 2010, mediante las cuales se renovaban el Poder Ejecutivo y Legislativo, para el caso del Poder Ejecutivo participaron 7 partidos políticos, integrados en tres coaliciones: a) PRI-PVEM-PANAL, b) PAN y c) PRD-PCV-PT. Cada uno de los partidos logró obtener escaños en la XIII Legislatura, el número efectivo de partidos fue de 3.49, con lo cual se establece un sistema tendiente al tripartidismo.
Las elecciones de Gobernador de 1999, 2005 y 2010 dan muestras de un sistema de partidos de pluralismo moderado, frente al de partido hegemónico de las elecciones de 1975, o las de partido predominante de 1981, 1987 y 1993. Pese a que el Poder Ejecutivo se ha mantenido en poder del PRI, el legislativo da evidencias de una transición por parte del electorado hacia un sistema más competitivo, que ha oscilado gradualmente entre el bipartidismo y el tripartidismo, por lo que, pese a la fuerte prevalencia del PRI, Quintana Roo no ha podido sustraerse a la realidad nacional tendiente a un sistema de partidos más competitivo.
Sin embargo, los resultados de la la última elección intermedia (2013) pusieron de manifiesto que cuando se combina el uso de la maquinaria electoral priista con altos niveles de abstencionismo por parte del electorado el beneficio para este partidos es altamente rentable en terminos electorales, es decir, la apuesta de este partido está en la combinación del voto duro y de una baja participación ciudadana. Esto también pone de manifiesto la falta de una oposición más efectiva y congruente en la defensa de los intereses colectivos, que atraiga al electorado con propuestas y, sobre todo, con la evidencia de resultados en beneficio de la sociedad, y no en beneficio de una nomenklatura partidista que controla y negocia los cargos de elección popular y, una vez en estos, negocia su voto. De tal modo, se puede inferir que el pluralismo y la competitividad en el sistema de partidos en Quintana Roo ha evolucionado, más por la imposibilidad de sustraerse de la realidad nacional que por los impulsos democratizadores locales.